Tendrán los caballos alma…- Pensaba Rodrigo mientras picaba espuelas con su sable al frente, dando la cara a la muerte que le esperaba en forma de fusiles y balas, con los que los rifeños, escondidos tras zarzales y chumberas, abrían fuego. La sed era implacable, el polvo del fondo de aquel cauce seco del río Igán, se había quedado impreso en las pieles de los jinetes y sus corceles.
Agripa, el caballo de Rodrigo sudaba, sangraba por sus encías, los estribos y los continuos tirones propios de la batalla, le habían dañado toda la boca. Sus costados sangraban, no abundantemente pero sí, que un manto rojo cubría el lomo de Agripa, las continuas arengas que le provocaban las espuelas del jinete, carga a carga le habían producido unas heridas importantes. Pero seguramente para Agripa, ese magnífico caballo de color azabache, de generosa crin y de ojos abiertos y despejados, que llevaba 4 años de servicio en el Regimiento, todo eso, eran avatares de la vida de un corcel en un Regimiento de Caballería.
Rodrigo oía las voces de sus compañeros que hacían eco de las órdenes de sus Oficiales, de los pocos que ya quedaban, tanto Oficiales como la Tropa, andaban ya muy disminuidos tras las cargas a lo largo de aquel interminable 23 de julio de 1921, en el que el Regimiento de Cazadores Alcántara Nº 14 estaba entregándose en vida, a proteger a los maltrechos restos de la fuerza española, que tras el debacle en Annual, se batían en retirada hacia El Batel, en dirección a Melilla.