-Pater Noster, qui es in caelis, sanctificétur nomen Tuum, adveniat Regnum Tuum… - Un padre nuestro, algo normal en una misa, una oración cristiana elevada al cielo. Pero no era muy normal que en 1595, en la Inglaterra de Isabel I, unos arcabuceros españoles estuvieran escuchando y participando en una misa católica en la bahía de Mounts, Cornualles.
No era muy normal que 400 arcabuceros de Felipe II, y un puñado de piqueros se hubieran apoderado del poderoso fuerte de Penzance aquel agosto de 1595, y hubieran dado severo castigo a los herejes que allí se guarnecían. Y no conformes con eso, el Capitán Don Carlos de Amézquita había dado la orden de tomar más terreno inglés. Total, una vez desembarcados y tomado el fuerte inglés, porque no seguir…, y vaya si lo habían hecho. Antorcha en mano, y llenando la bolsa, habían pasado a cuchillo y bajo el rasero del fuego que todo lo purifica, Mousehole, Newlyn, Paul y Penzance.
Simón Bautista, arcabucero y soldado viejo de aquel Tercio embarcado, miraba al cielo, y mientras rezaba el Padre Nuestro, elevaba una plegaria a Dios, en la que le pedía la oportunidad de tomar Londres. No tiraba bajo Simón, pero no era para menos. Si en apenas dos días habían arrasado el sur de Inglaterra. Se habían pasado por la piedra y el acero, a la totalidad de las fuerzas enemigas que defendían con cierta saña, su tierra y sus posesiones. Pero que en cuanto oyeron el primer “Por España…Por el Rey…Por el Apóstol Santiago…”, se les removieron las tripas, las piernas les flaquearon, y al final las vidas se les fueron, porque los aceros españoles los despacharon como bien despachaban los Tercios a los luteranos y calvinistas en aquella Europa del siglo XVI.