Amanecía y Jose sabía que ese
amanecer no iba a traer nada bueno. Llevaban toda la noche caminando, y nada
nuevo en el horizonte, pero él sabía que estaban ahí. Llevaban toda la noche caminando con un grupo
de 12 niños y 6 niñas afganas. A los
primero los habían sacado de una madrasa donde se encontraban recluidos por los
talibanes en contra de la voluntad de sus padres, y a las niñas las habían
sacado de una casa, donde les esperaba unos matrimonios no deseados con hombres
que les sacaban 30 años de edad.
No era su misión inmiscuirse en los
asuntos de los locales, a fin de cuentas él, era un soldado en suelo extranjero,
que se encontraba allí con su equipo por casualidad. Eran miembros de una unidad de inteligencia,
que tenían una misión bien diferente, extraer información de la población
local, sobre los movimientos de una facción talibán local, que se encontraba
muy activa en la zona, causando problemas a los convoyes de la ISAF.
Esa facción talibán la componían
unos 80 hombres armados y de un alto grado de crueldad, a tenor de los hechos y
relatos de los locales, los cuales aseguraban que cometían asesinatos
indiscriminados en cuanto alguien les llevaba la contraria. Y debido al secuestro de los niños, la
población local todavía manifestó más su temor y repulsa.
Jose tenía órdenes, apoyar a la
población local, y recabar la mayor cantidad de información de la facción
taliban. Y cuando aquellas personas le
relataron a Omar, el traductor, las circunstancias de su pesar, Jose sintió
como algo le revolvía las entrañas. Y un
ardor ancestral, surgió de él. Ese viejo
aliento de los guerreros, que expiran antes de entrar en combate. Así que Jose, hablo con sus 5 compañeros de
fatigas, y decidieron que había que sacar a los niños de aquel infierno.