Polvo…gritos…sonidos de guerra…Todavía
aturdido Jesús, se levantaba del suelo…no se ubicaba. Veía a paisanos correr, a sus vecinos del
Rabal, que junto con él se habían atrincherado en una pequeña casa cercana al
Puente de Piedra. –Debió ser una granada
o un cañonazo…- pensaba mientras recomponía sus ideas, y se libraba de
escombros y del susto.
Buscó con ahínco su fusil, y lo
encontró junto con el cuerpo de Carmelo Soteras, su vecino y amigo de correrías
de juventud. Una fea grieta le abría la
sien, y dejaba una espantosa imagen de la cabeza del vecino abierta como un
melón. –Pobrecico- Pensó mientras cogía el fusil.
Con presteza se volvió hacia el
lugar que antes había sido su parapeto, ya no existía, era un punto de luz en
la tapia de aquella casa. –Mejor,
escombros…mejor.- Se dijo a sí mismo, mientras se tumbaba y cargaba el
fusil.