El Sol calentaba
de forma suave el rostro de un hombre y una mujer que sentados en la terraza
del Club Riva, a las orillas del río Trebišnjica en la ciudad de Trebinje, en
Bosnia Herzegovina. Era primavera del
año 2012, y los aromas del río junto con la sutileza de los vapores que
ascendían por las tazas de café, inspiraban a la paz y el sosiego.
El agua tranquila
y verdeazulada del río, la suntuosidad esmeralda de las yerbas en las orillas,
y el cielo azul y abierto sobre el monte Leotard daban aspecto de un cuadro
bucólico de la época expresionista del arte de la humanidad.
La mujer se
llamaba Senka Tosic, propietaria de una librería en la avenida Dušanova, el
hombre, un viejo Soldado extranjero, que en 1996 llegó a la vida de Senka Tosic
y a la de su hermana Vesna Tosic, cuando Yugoslavia se disgregaba y los
Balcanes ardían de Norte a Sur y de Este a Oeste ante la impasibilidad de
Occidente. Y hubo que poner fin a la
barbarie enviando bisoñas tropas que encontraron un país en llamas, pero
también encontraron cariño, respeto, amor y futuro.
Él tan sólo era
un viajero, un caminante que en su largo periplo había vuelto donde un día
estuvo, y donde un día su vida cambio. A
veces son las personas, a veces son los lugares, y a veces ambos las cosas que
nos cambian, que nos convierten en personas distintas a las que creíamos que
seríamos. Y él era sólo eso, alguien de
vuelta.
Un televisor
ubicado en la terraza emitía noticias locales, habían hallado muertos a varios
hombres en la localidad, en distintas situaciones al parecer conexas, y se
había levantado gran revuelo entre autoridades y ciudadanos de Trebinje ante
esos hechos.
Dos hombres
habían sido encontrados muertos con sus cuerpos calcinados dentro de un viejo
vehículo aparcado en un descampado al sur de la ciudad. Otro cadáver de hombre había aparecido en las
orillas del río con varios impactos de arma de fuego en el cuerpo, y un cuarto
había sido encontrado en las escaleras de acceso a su domicilio con heridas
mortales por arma blanca en varios sitios del cuerpo.
Un camarero que
andaba limpiando mesas en la terraza, comentó en lengua materna algo que Senka
Tosic tradujo para su acompañante, “que eran mala gente y que así acaban los
que han cometido muchos pecados en la vida”.
El acompañante de Senka no expresó ninguna reacción, siguió tomando
sorbos de café, dejando su mirada perdida en los reflejos del Sol en las
tranquilas aguas del rio Trebišnjica,
mientras su mente viajaba lejos, hacia atrás en la memoria de los días, de los
sueños, de los sentimientos...
... Principios de
1996, dos Soldados de las Fuerzas de Interposición de la Paz, montados en un
vehículo ligero todoterreno, recorrían una sinuosa carretera a toda
velocidad. Un mensaje radiado desde la
ciudad de Trebinje para los ciudadanos, solicitando ayuda para la extinción de
un incendio en la librería de la ciudad, fue escuchado por personal de la
Unidad a la que pertenecían, y alguien traslado la información a un buen amigo.
Éste sin
pensárselo dos veces, se apoderó de las llaves de un vehículo, y sin
autorización y con la sola compañía y protección de otro compañero, tal vez tan
loco o predispuesto a los problemas, como él, partieron hacia la ciudad que se
encontraba a pocos kilómetros del destacamento militar donde estaban
establecidas las Fuerzas de Interposición de la Paz.
Las llamas se
elevaban como el ánima de un holocausto voraz, visibles desde varios kilómetros
antes de llegar a la ciudad, en aquella partida, dividida, seccionada, amputada
Yugoslavia. La tarde andaba oscurecida
por nubes grises, densas, cargadas más de odio que de agua. Un rojo resplandor de la combustión
contrastaba con el horizonte plomizo, el humo negro que ascendía sin piedad
aunaba negrura a la tarde, y el propio tono anodino de aquella ciudad, eran
motivos suficientes para sentir desazón y angustia, en aquel invierno de 1996
en las estribaciones de los Balcanes.
Tan sólo ofrecía a los ojos, el mismo espectáculo de desolación,
tristeza y abandono, de un lugar que necesitaba de una primavera, tanto como el
hombre necesitaba del aire para caminar.
Las calles
desoladas, muertas aún con vida, sin hojas de árbol, con coches ancianos,
carcomidos por la humedad y los bocados del tiempo, vidas de estraperlo y
carestía, miradas grises y abandonadas
de los que andaban o corrían hacia el lugar de donde procedían las llamas, siendo
heraldos de la antesala al Purgatorio, más que transeúntes de una avenida de
ciudad que un día tuvo vida y alegría.
-¿Sabes que han
dicho por la radio?-
-Si. Que arde la
librería de las hermanas Tosic, y que se cree que hay gente dentro- Respondió
el conductor de ese apresurado vehículo militar.
-Vesna...- Fue el
pensamiento que recorría una y otra vez por la mente de un hombre atormentado,
que sujetaba con firmeza un fusil, y a su vez, devoraba con los ojos los
obstáculos de la calzada que ralentizaban la aproximación al lugar donde el
fuego consumía vida, cultura, emoción, razón, pasión y amor.
-Ya llegamos,
tranquilo. Pronto podremos ver que pasa-
Dijo el conductor que se aferraba con tensión al volante, y con los nervios a
flor de piel, procuraba mantener una diligencia sobre el vehículo que
difícilmente podía sostener por las emociones que embargaban sus sentidos
cognitivos.
-...Vesna... ya
llego... ya llego…- Los pensamientos explotaban dentro de él. Congoja, miedo,
esperanza, odio, asombro, terror, amor, incomprensión. Y el tiempo se detuvo, y su mente entro en
ese vasto terreno donde la plasticidad de los sueños, los recuerdos, las
sensaciones y los extraños sentimientos, generan falsas esperanzas, falsos
instantes que se pierden entre la razón y el deseo de la verdad.
A su mente
acudieron los primeros días en aquella tierra extraña, donde un Soldado conoció
a una muchacha serbia, pelirroja, de cabello largo y rizado, de blanca
tez. Con pecas tan propias de aquel
rojizo conjunto de alma y piel. De unos
ojos verdes yerba fresca, de unos dientes blancos como la nieve, perfectos como
joyas bien labradas. De altura
proporcionada, mujer de raza eslava por encima de los ciento ochenta
centímetros. 19 años de valentía y
belleza. De finas curvas simétricas y de
un alma pura, decente, honrada.
Recordaba aquel
día en el que en un bar improvisado al lado de un taller mecánico, donde las
tropas internacionales solían llevar ruedas de vehículos ligeros a reparar, y allí,
como un ángel estaba ella atendiendo a los pocos clientes que se podían
permitir el lujo de pagar una cerveza o un mal vino.
Y sin saber muy
bien, con o sin mediación del dueño del lugar, presunto mafioso y tal vez más
criminal de lo que aparentaba, puso en disposición de hablar y conocerse a un
Soldado anónimo de un país lejano, con una mujer que a pesar de su juventud, ya
había sido testigo y parte de un país roto, hastiado, aniquilado desde dentro y
desde fuera, y donde el hambre, la necesidad y el dolor, eran el plato fuerte
de cada día.
Al principio su
medio de comunicarse fue hablar en francés y en inglés, más ella, chica culta
que él, apenas un aventurero con más pasión en la cabeza que recursos. Pero la limitación se sobrepuso por la
tenacidad y entusiasmo de ella, que en apenas un trimestre fue capaz de hablar otro
idioma lo suficientemente fluido, como para poder llevar una larga conversación.
Tardes en las que
los Soldados podían ir a la ciudad a pasear, a comer, a beber. Él lejos de dejarse llevar por el ansia de
olvidar las penurias del día a día, lejos de evadirse del duro trabajo al
jugarse la vida constantemente, prefería pasear, prefería caminar al lado de
una chica a la que solo podía dar la mano en lugares secretos, porque nadie
quería ni podía ver a un extranjero, a un extraño de fuera, caminando de la
mano de una mujer de allí.
Y no le importaba
a ninguno de los dos disimular sus sentimientos ante el resto, y siempre
buscando un lugar tranquilo, alejado, y seguro, allí se sentaban y charlaban
sobre sus vidas, sobre sus mundos. Y
aunque pocas veces sus manos se tocaban, sí que sus almas estaban entregadas
del uno hacia el otro, siendo como si un extraño hilo hubiera sido tensado, y
ambos hubieran sido presentados enfrente, sin posibilidad de moverse ni de
retroceder, y es como si algo hubiera empujado sus almas a reunirse en ese
espacio donde las almas pueden hacer cosas, que ni la carne ni las
circunstancias permiten.
Nunca hablaron de
amor, de futuro, nunca hubo promesas porque la guerra no permite esos deslices,
no deja que la felicidad ahonde en los corazones. Porque la guerra destruye el alma, destruye
los sentimientos cálidos, y destruye la esperanza.
Aun así, Vesna
Tosic quería vivir con intensidad y sentimientos aquellos instantes de vida,
alegría, y de descanso. Quería vivir una
vida que se abría a sus pies, y quería sentir todo lo que pudiese, porque
cuando la vida se abre, trae muchas cosas nuevas, apasionantes,
intrigantes. Y a ella le había traído un
alma de la que ya no quiso separarse, y por la que luchó contra tradiciones,
contra voluntades, y contra cualquier dificultad que se cruzó.
Él no era nadie,
un Soldado sin más, con sus problemas, con su trabajo, con su vida. Alguien de usar y tirar, un número de una
maquinaria preparada para ejercer las voluntades políticas. Un hombre de 27 años, con una vida dedicada
al oficio de las armas, con algunas cicatrices y muchas lágrimas vertidas por
lo perdido y por lo olvidado. Alguien
que situado en un lugar que no le correspondía tal vez, alguien empujado al
ostracismo por los fantasmas del pasado, acabó siendo sencillamente un Soldado
sin más.
Encontrar a Vesna
en aquel pequeño infierno, en aquella aventura dispar, supuso paz y estabilidad
para un espíritu inquieto, para un alma atormentada por los pecados forzados e
involuntarios. Para los espíritus
convulsos no hay paz, sino hay santuario, si no hay remanso de aguas capaces de
detener el brío, el empuje, la fuerza.
Son espíritus peligrosos porque arrastran, porque enamoran, porque
atrapan, porque sus redes tejen rápido, y ya es muy difícil olvidarlos, no
quererlos, no anhelarlos y quererlos. Y
se aman y odian con la misma velocidad, pero no se pueden prescindir ya, una
vez que tocan la vida de aquellas personas que son alcanzadas por sus gestos,
actos o sentimientos.
Al entrar en la
ciudad, un par de policías andaba desviando el tráfico y dirimiendo la
curiosidad de muchos vecinos. Que comenzaban a congregarse en las inmediaciones
del incendio. Al ver llegar el vehículo todoterreno de las Fuerzas de
Interposición, sencillamente les habilitaron paso. No miraron divisas, no preguntaron motivos de
la aparición de aquellos militares extranjeros, tan sólo asumieron que aquellos
por alguna circunstancia, tomaban parte de aquel teatro funesto.
Las llamas
desprendían un calor errático, movidas por el capricho del crepitar del
edificio en llamas, mezcla de maderas, yesos, barros y enseres. Él llegó a sentir ese calor a través del
cristal del parabrisas del vehículo, y ese calor, esa sensación sofocante, le
removió el alma. El infierno se estaba
engullendo sus esperanzas, sus sueños.
Sintió socavada su fuerza, como si le hubieran restado el poderío del
guerrero que era, como si le hubieran arrancado el motor que le daba vida.
Había personas
que bloqueaban el acceso inmediato a las cercanías del edificio en llamas. Unos gritaban, otras lloraban, y otros eran
meros testigos mudos de la incredulidad.
Los dos Soldados entraron casi forzando a empujones para ser
espectadores de primera fila.
-Vesna...Vesna…-
Se repetía constantemente, y elevó plegarias a dioses en los que no creía, se
arrodilló ante ruegos en altares imaginarios, se encomendó ante vanas promesas
al Universo. Se negó a sí mismo la
evidencia del infierno que tenía delante de él.
-Han sido los
chetniks…. Han sido los chetniks…- Le dijo a su compañero mientras unas duras
lágrimas caían por sus ojos, los cuales buscaban con la vista una imagen que le
dijera que todo había sido un susto, pero no veía esa imagen, no veía ese
rostro que anhelaba, no veía nada salvo fuego y destrucción. Buscaba entre las llamas, entre las negras
cicatrices del fuego el rostro áureo de aquella buena chica, de aquella alma
pura que lo había derrotado y le había hecho frenar. Aquella alma que con su candidez y dulzura
había arrinconado al salvaje que habitaba en él.
En una esquina
pudo ver a un grupo de hombres, que serios y serenos, inmutables y seguramente
culpables, observaban con impunidad la escena dantesca del infierno sobre la
tierra. Eran en su mayoría los miembros
de una partida chetnik desmovilizada, y ahora convertidos en los amos de las
calles y de los negocios prósperos. En
otros sitios los hubieran llamado mafiosos, allí sencillamente no eran nombrados,
y todo el mundo los rehuía. Y él sabía
de ellos, y ellos sabían de él. Pero las
formas y las distancias se habían mantenido, salvo hacia el lado más débil,
donde el mal puede dañar, donde quien no se puede defender con equidad, es
quien padece los desmanes de la maldad.
Esos hombres miraban
con vacío, miraban con cara de justicia secuestrada. Miraron a los Soldados con cara desafiante,
marcando un claro mensaje de “sobráis”, pero obviamente ni unos rostros nada
amables, ni aquel desastre podía hacer retroceder a la voluntad de aquel hombre
roto.
En pleno siglo
XX, una sociedad secuestrada y recelosa por miedos y tradiciones, por políticas
y falacias, no veía con buenos ojos esa extraña relación entre una mujer
serbia, y aquel Soldado extranjero. No
iban a permitir mancillar el honor de un pueblo ya mancillado por tantas cosas,
y el chivo expiatorio de toda aquella sin razón, fue fácil lanzarlo al abismo.
Las hermanas
Tosic regentaban una librería antigua, un local bonito, romántico, dulce y
agradable. No les daba para vivir, por
ello que mal vivían como todos los ciudadanos de la zona serbo bosnia, pero al
menos, sus sueños, esperanzas y anhelos se materializaban en la pasión que sentían
por los libros y la cultura, por la pasión que su padre, militar serbio y firme
defensor de la justicia siempre había esgrimido que la acción armada, solo era
propia de los Soldados no de los paramilitares, y por ello que jamás perdonaron
a las Tosic, que su padre anduviera en desacuerdos con los paramilitares
chetnik, y que en más de una ocasión vetara sus acciones bélicas o criminales.
Slodoban Tosic
murió en un accidente de tráfico, y sus huérfanas ya de madre anteriormente,
quedaron al simple amparo de la poca hacienda que el viejo soldado yugoslavo
había dejado, incluida la pequeña librería llena de tesoros de imprenta. Y quedaron amordazadas a la ley no escrita de
hombres bárbaros e indecentes que tomaban lo que querían por la fuerza, en pos
de un derecho que solo otorgaba la impunidad y la cobardía del resto.
Senka Tosic
apareció de entre el humo, lloraba, tosía, gesticulaba y señalaba. Los dos Soldados extranjeros corrieron a
socorrerla, al ver que nadie más movía ni siquiera una pestaña para hacerlo.
-¿Y Vesna?…. ¿dónde
está Vesna?- Preguntó él
-Dentro, está
dentro no puede salir…. ¡¡¡¡No puede salir!!!!- Gritó Senka. Un grito que en lengua extraña para los
serbios, retumbó en sus espíritus removiendo seguramente el poco coraje que les
quedaba ante la impunidad.
Lleno de temores,
de rabia, de dolor, de miedo, de congoja, de dudas, de desesperanza, se dirigió
hacia las llamas, pero enfrentado a ellas, supo que el fuego estaba consumiendo
sus sueños, sus ilusiones, su paz, su calma.
Y algo cambió para siempre ante la impotencia de aquel fuego, su demonio
interno despertó del letargo, de la doma a la que un espíritu puro había
sometido, y al liberarse, sus ojos se tornaron del mismo fuego del que abrasaba
su alma, y sus manos se increparon, y su rabia y dolor fue incontenible.
Supo entonces que
Vesna había muerto, que había sido devorada por unas llamas envueltas en
envidia, en sinrazón, en violencia, en autoritarismo. Llamas vertidas por manos criminales, llamas
que pasaron por encima el amor de las personas, que devoraron los sentimientos
más puros y profundos que dos almas pudieran llegar a tener. Mataron la comunión de la pasión y la devoción,
del cariño y el respeto, del deseo y de la calma del que nunca debió ser
despertado del letargo voraz de la violencia y el dolor.
Cayó de rodillas
ante el fuego, ante el infierno que se estaba llevando lo que quedaba material
de la dulzura de Vesna. Le habían
arrancado todo a ambos. Y los hombres
impasibles lo miraron, y uno de ellos realizó un gesto con los hombros que supo
a broma y castigo. Y en ese instante en
el que cualquiera hubiera tomado las armas en caliente para satisfacer el
dolor, él lloró de rodillas. Poco
hubiera costado el hacer uso de las armas, pero otros militares extranjeros
aparecieron, otras personas lo arrastraron fuera de aquel lugar. Otras voces lo secuestraron de su duelo, y
duras manos no tuvieron piedad de su dolor.
Su compañero se
acercó a consolarlo, aunque sabía que era imposible. Senka se acercó también a empujones entre los
soldados, y ante un gesto benévolo de quien mandaba aquella fuerza de
extranjeros abrumados por la escena, Senka Tosic y el extranjero, abrazados
lloraron e impotentes vieron como las llamas vomitaron el fin del mundo para
ellos…
El café se había
templado, y ya no había efluvios aromáticos.
El agua del río seguía calmada, y el Sol seguía lanzando sus rayos
contra la yerba, y parecía que el mundo era bien distinto al que había
conocido, pero el corazón y la memoria suelen guardar la verdad de todo, y
aunque se quieran negar u olvidar, ahí estarán para mostrarnos los demonios,
los pecados, los infiernos.
-Pensé que nunca
más volvería a verte, pero supe al despedirme de ti aquella tarde, al mirarte a
los ojos, que un día regresarías con el mismo fuego en tus manos- Dijo Senka,
protegida por unas gafas de sol mientras vertía lágrimas amargas.
- Yo quise volver
mil veces, pero no pude por mil circunstancias, por mil vidas que viví, por mil
personas con las que compartí esas vidas, hasta que un día, sentí en mis manos
la necesidad de regresar, y supe en ese instante todo cuanto iba a suceder, y
todo lo que iba a representar para el Universo el retorno de mi alma muerta.
Pensé que la ira no aparecería, pero extraño es el espíritu humano, porque
apareció dieciséis años después.-
-¿La has
llorado?-
-Todos y cada uno
de los días de mi vida desde que la perdimos.
Y la seguiré llorando hasta el final de los tiempos, ese dolor ni se
cura, ni se pasa, ni se mitiga. Es más,
se acrecienta conforme la vida transcurre-
-¿Por qué has
vuelto? ¿Por qué ahora?-
-He vuelto para
encontrarme con ella, y he vuelto cuando ella me ha llamado. Tengo muy claro que fue su fuerza la que me
calmó y me mandó lejos, a mi tierra, a vivir mis vidas, a cambiar mis formas, a
someterme. Y tengo claro que fue ella
quien un día dejó que el fuego apareciera en mis manos y en mi alma, reclamando
volver a donde una vez fui feliz, para cerrar un círculo que no se pudo cerrar-
-¿Has sido tú… el
que los ha….?- Pregunto Senka temblorosa mientras se tocaba el lóbulo de la
oreja derecha, como jugando con un pendiente.
Él la miró con
una mirada dura, peligrosa, cargada de fuego incombustible, sus labios se
apretaron, sus manos se tensaron. Cruzó
los brazos a la altura de su pecho, y miró hacia el río.
-Lo haré hasta la
eternidad, los perseguiré en la otra vida si es que existe, y volverán arder y
arder, volverán a padecer y serán almas que jamás encontrarán paz o descanso-
Senka se quitó
las gafas y lo miró a los ojos con dolor y completamente emocionada.
-¿Y tú? ¿Tú
cuando descansarás, cuando estarás en paz?-
Él cogió una vez
más las manos de Senka entre las suyas, y mirándola con dulzura a los ojos
humedecidos por las lágrimas le dijo,
-Yo descansé hace
dieciséis años para toda la eternidad, yo descansé en el segundo en el que
Vesna me sonrió, y me mostró la paz y la emoción por la vida, cuando me mostro
la belleza de los sentimientos. Ya tuve
mi descanso, ya tuve mi cielo en la tierra, ya viví mi eternidad con ella-
Senka rompió a
llorar y se abrazó a él. Y entre ese
abrazo con lágrimas, él susurró al oído.
-Fue doloroso,
pero no por matarlos, sino por la impotencia de saber que era un acto
estéril. Por saber que jamás Vesna
volverá a nosotros. Lloraron y sus
inmundicias los bañaron, rogaron y se santiguaron en vuestra lengua, pidieron
piedad, su alma cobarde apareció al encontrarse cara a cara con el rostro de la
venganza. Pero la piedad desapareció el
día que las llamas que ellos desataron gratuitamente, devoraron mi esperanza,
mi paz, mi amor de verdad.-
Senka preguntó
mientras se abrazaba con mayor fuerza, -¿Crees que ella nos ha visto?¿Crees que
ella nos ve?-
- Ella nos ve, y
ella me ha traído de vuelta, lo he sentido, lo he vivido. Vesna murió por capricho, y ellos han pagado. Y volvería a matarlos millones de veces, para
que sufrieran otras tantas veces, escuchando de mi boca “Vesna Tosic ha venido
a llevaros al infierno”, y como te he dicho mi alma los perseguirá para
siempre, y mientras vuelven a padecer el dolor y el terror, les repetiré ese
mensaje. Nunca encontrarán la paz
mientras el Universo sea Universo, y mientras dioses y deidades dejen que mi
alma sobreviva a los tiempos.
-¿Y ahora que
harás?-
-Ahora y hasta el
final viviré con ella en mi corazón, seguiré construyendo mil vidas y no
renunciaré a nadie, seguiré tocando otras almas, y a cada una de ellas me
esforzaré por hacerlas felices, por darles paz, cariño, respeto, amor,
esperanza, fuerza, valor. Y tal vez llegue el día de sentirme en paz antes de
abandonar este mundo, cuando alguien sepa y pueda decirme porque el todo fue
así, y porque no quiso el destino darme una oportunidad a su lado. Y la lloraré muchos días, como lo llevo
haciendo todos estos años, pero ya sin temor al final de los días con cuentas
pendientes-
-Lo sé, y rezaré
para que todo sea como me has dicho. ¿Quieres
acompañarme a ver la tumba de Vesna?-
-Sí, quiero y lo
necesito Senka-
Ambos abrazados y
llorando, se fueron en un coche en dirección al cementerio de Trebinje, y tras
un corto paseo entre tumbas y jardines, llegaron a una tumba con una lápida
blanca, aurea, con una simple inscripción “Vesna Tosic 1997-1996”. Y allí él, se arrodilló, besó la fría roca y
susurrando pegando su rostro, atravesando con su alma la tierra le dijo con
ternura y pasión:
-Te amaré hasta
el final de los días Vesna Tosic-
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