Sonó
un “zasss” seco, y el dragón francés cayó del caballo fulminado. Toda la columna se paró con dificultad,
sabían lo que iba a suceder. Segundos
después sonó un atronador ruido que provenía de un mosquetón, y que retumbó por
todo el valle de Bielsa.
Eusebio
acababa de marcar en la culata de su mosquetón la baja doscientos. Y sentía en su fuero interno la necesidad de
llegar a mil. Había sobrevivido a la
carnicería de Zaragoza. Fue uno de los
pocos defensores que una vez rendida la ciudad, y hechos prisioneros sus
habitantes, pudo escaparse nadando a contracorriente por las aguas del río
Gállego. Supo enseguida que su lucha no
había acabado.
A
cada brazada recordaba a la familia caída, a los amigos muertos, y sobre todo
al ultraje e infamia a la que había sido sometida la ciudad más honrosa de
España. Había sobrevivido a los dos sitios, había luchado primero en los muros
de Santa Engracia, después en la Puerta del Carmen, y finalmente había luchado
casa a casa en las Tenerías. Había visto
como la crueldad del ejército francés se ensañaba con la población civil y con
los heroicos defensores de Zaragoza, y se había jurado vengar la afrenta
mientras hubiera un soldado francés es suelo español.
Se
había unido a una partida de guerrilleros que lo había acogido, y durante dos
años había asolado a las tropas francesas en la margen izquierda del Ebro,
desde la misma Zaragoza a Biescas en la frontera. Y posteriormente insatisfecho, decidió ser un
lobo solitario, no necesitaba más que pólvora, balas y franceses a los que
matar y después saquear.
Y
aprendió a vivir en la montaña, aprendió a ser parte de la misma, y sobre todo
aprendió a ser el ángel de la muerte que se cruzaba entre los franceses y sus
intenciones de volver a su casa. Habían
mancillado el suelo español, y allí iban a perecer, por atreverse, por sus
maldades, por su emperador.
El
oficial de dragones ordenó desmontar y adoptar posiciones defensivas. Eusebio no tenía prisa, es más, seguramente
la algarada podría atraer a alguna partida de guerrilleros que andaban por la
zona.
-Zassss
– Sonó otro golpe seco, y esta vez el caballo del oficial se derrumbó, cayó el
animal al suelo entre grandes espasmos.
Con una rapidez adquirida a puro de oficio, el guerrillero volvió a
apuntar y hacer fuego. –Zasss- otro
caballo al suelo. Los franceses gritaban
y maldecían, pero se quedaban quietos en unas escuetas cubiertas.
Usaban
sus armas y disparaban a ciegas, no había blanco al cual apuntar, y no era el
día para que tuvieran la fortuna de un tiro fortuito. Por lo cual, ese acto desesperado solo
producía una cosa, indefensión, miedo y pérdida de recursos.
Eusebio
disparaba desde el fondo de la maleza, de tal forma que ni el humo ni la
llamarada del cañón del mosquetón eran visibles para los aterrados
franceses. –Zasss- otro disparo, y otro
caballo muerto. Para el guerrillero no
había gratuidad en aquel acto, el caballo era inocente, pero era la llave para
bloquear al francés. Y aquel vado era la
cuna de la muerte para jinetes y para caballos.
No lo había elegido al azar, había buscado y había esperado el lugar y
la hora adecuada.
Había
niebla matinal, el sol recién aparecido por el este, inundaba de luz y
destellos el vado, la altitud de las montañas anulaba la perspectiva. Era mayo, la vegetación era exuberante, y el
verde esmeralda de la parte norte de las montañas, ocultaba cualquier
presencia. No obstante, Eusebio había
aprendido a ocultarse, su rostro tiznado de barro y cenizas, sus ropas
cubiertas por una harapienta manta desgarrada, el mosquetón adornado con trapos
que impedían cualquier resplandor, sus botas envueltas en trapos, para no dejar
huellas ni hacer ruidos escabrosos. Su
morral lleno de bolsitas de pólvora y de balas.
De su cintura colgaban un cuchillo de caza y un hacha pequeña. No precisaba más para cazar.
Los
franceses seguían disparando a su alrededor, pero sin garantías. No sabían de donde procedían los disparos, el
eco del valle difuminaba el origen, y protegía al guerrillero en cada uno de
sus actos.
El
oficial francés ordenó a un subalterno el tomar su caballo y dirigirse hacia
Bielsa, para pedir apoyo ante lo que temía y parecía una partida
guerrillera. Aquel ejército en retirada
ya no era el ejército que había asolado las tierras de España, era un ejército
derrotado, aterrorizado y culpable.
El
dragón francés salió de su protección y se dispuso a montar a su caballo. Un disparo le partió la columna vertebral, y
cayó de bruces al suelo. El guerrillero
esperaba y sabía que se iban a mover, y ellos no sabían que Eusebio era capaz
de alimentar su arma con una velocidad endiablada.
Otro
francés se movió de parapeto, para acercarse al oficial que no paraba de gritar
y esgrimir órdenes, que el guerrillero no entendía, ni falta que le hacía,
tenía allí abajo lo que quería y necesitaba.
Sus presas.
Apuntó
con paciencia al francés en movimiento, bien podía haberlo batido, pero esperó. Tuvo la paciencia que se adquiere cuando uno
quiere cobrar una presa sin dilación. El
dragón se acercaba a su oficial, y Eusebio pensó – Y si…..- No terminó la frase
en su interior, la situación se había dado.
El soldado se colocó enfrente del oficial, ambos separados apenas a un
metro. Por muy parapetados que se
encontraban, el tirador estaba en lo alto de la montaña, a unos 90 metros por
encima de ellos, en una pendiente inalcanzable, y tras un manto verde que lo
hacía invisible.
-Dispara
al cuello Eusebio, ahí poco hueso hay, y con un poco de suerte, cobrarás dos
piezas por el precio de uno- Se dijo a si mismo el guerrillero. Apuntó con paciencia, apretó el disparador y
el disparo surgió. Lo primero y último
que vio el oficial francés, era como un manto de sangre le salpicaba la cara,
era la proyección del cuello del soldado que tenía delante. Lo siguiente que sintió fue un impacto en su
boca, un destello blanco y ahí se acabó.
El
disparo había sido certero, había segado la yugular del soldado francés, y la
bala había continuado su trayectoria impactando de lleno en la cara del
oficial, ambos cayeron muertos.
La
tropa de dragones se inquietó. –Zassss –
un nuevo disparo, y otro caballo abatido.
Y así fue la secuencia, hasta que no quedó un caballo en pie. Los animales relinchaban de dolor, los
franceses no se movían presas del pánico, se sentían rodeados. Y el guerrillero alimentaba el arma sin cesar
y realizaba tiros certeros.
Contó
doce hombres, casi todos eran un blanco casi perfecto, así que fue
seleccionando con calma. No tenía
prisa. Buscaba con su mirada felina a
los más activos. – Hombre que piensa, es capaz de hacer algo, es al primero que
hay que abatir- Se repetía así mismo como si fuera un mantra hindú.
Apuntaba
y disparaba…. Y ellos solo disparaban….
El
Sol se puso en lo alto del valle, la humedad y el calor se tornaban
insoportable para los soldados franceses, que ataviados con los ropajes
reglamentarios, y aterrados por saberse cercados, habían consumido la poco agua
que llevaban consigo. Eusebio sabía que
era cuestión de tiempo el que comenzasen a cometer errores lógicos.
-Somos
humanos y necesitamos cosas….sin agua gabachos la lleváis clara- Pensó el
guerrillero.
La
respuesta francesa cada vez era más tenue, ya no disparaban sin sentido. El guerrillero los veía, estaban tan cerca….Podía
ver el terror en los ojos de aquellos hombres, que lejos de ser el reflejo de
un ejército imperial y victorioso, era la imagen que tantas veces martilleaba
su cabeza, la imagen de la derrota, cuando miles de zaragozanos fueron sacados
de la ciudad para ser fusilados o ser trasladados al norte de Europa. La imagen de la desdicha, de la desazón, del
miedo, de la falta de voluntad.
El
guerrillero se movió. Tenía estudiado el
terreno, y viendo que el Sol comenzaba a ponerse hacia su frente, ascendió por
la montaña, dando un pequeño rodeo, se situó al sur de la posición
francesa. El Sol lo tenía a su espalda,
y los franceses sólo veían luz, montañas, verde…
Tuvo
a tiro a un par de soldados, pero esperó.
Se situó tras unas zarzas y unas rocas que le ofrecían una protección
envidiable y a prueba de balas. Sabía
que aunque estaba algo más abajo que en su anterior posición, el sol cegaba de
pleno cualquier intento de mirar hacia al sur.
Por lo tanto, iba a ser muy difícil que pudieran ver ni el fogonazo del mosquetón,
y el humo posterior.
Se
sentó, bebió agua con calma. Cerró los ojos un segundo, y recordó porque estaba
allí, y recordó a su mujer, a sus hijos, a sus padres, a sus amigos, a sus
camaradas, y abrió los ojos, encaró el mosquetón y en un par de segundos, un
nuevo muerto yacía en la tierra.
Eusebio
contó 9 muertos, y decidió esperar. Las
moscas agrupadas alrededor de caballos y soldados comenzaban hacer insoportable
la situación en el vado. Un sonido
lejano de trote atronaba en el valle.
Los franceses comenzaron a reaccionar, estaban seguros que se trataba de
sus refuerzos. Y volvieron a disparar y
a gritar sin sentido.
El
guerrillero se tumbó tranquilamente al refugio de las rocas. –Ya se os pasará
gabachos….ya se os pasará- Durante unos cinco minutos la candencia de disparo
de los franceses fue continuada. En un
momento dado, comenzó a disminuir, se estaban dando por satisfechos, habían
montado el suficiente ruido como para alertar a quien quisiera oír. En ese instante el guerrillero se levantó de
su posición, se irguió y disparó. Uno de
los exultantes dragones franceses que se habían expuesto más de lo debido,
acuciado sin duda por la esperanza, recibió un disparo en la cara. Cayó muerto.
El resto rápidamente pasaron de la euforia al temor de nuevo, y
volvieron a refugiarse en sus escuetos parapetos.
El
sonido de trote se incrementó, sin duda se trataban de decenas de
caballos. Y así era, pero para pesar de
los franceses se trataba de una partida guerrillera de 200 jinetes, que
entraron en el vado y rodearon a los franceses, que sin dudarlo un instante se
entregaron. Levantaron las manos y
soltaron sus armas.
Los
guerrilleros a caballo los redujeron, los dispusieron en círculo, mientras
examinaban ya algunos a pie, los cadáveres.
-Les
han matado hasta los caballos….los que hayan sido tienen oficio mi coronel…-Dijo
uno, y el otro asintió con la cabeza. En
ese instante sonó un disparo, y un francés cayó muerto de un impacto en el
corazón.
Toda
la partida guerrillera se movilizó, y al igual que los franceses no podían
adivinar quien o de donde había salido ese disparo.
El
jefe de la partida guerrillera, mirando hacia las montañas gritó:
-¿Por
qué han matado a un prisionero que se había rendido?...-
Y
una voz desde el fondo de la montaña respondió con un grito seco y sonoro que
retumbó en las almas de los vencidos.
-¡¡¡¡Por
Zaragoza…!!!!.
Felicidades..... sin duda, te felicito.
ResponderEliminarComo siempre,es un placer disfrutar de tus relatos. Ánimo camarada, esperamos el siguiente ansiosos.(Antuan)
ResponderEliminarAcabo de ver ese blog en el foro de www.fuerzas-armadas.es y sin duda lo añado a favoritos ;) me queda mucho por leer y eso sin duda, es algo bueno!
ResponderEliminarUn saludo!