Polvo…gritos…sonidos de guerra…Todavía
aturdido Jesús, se levantaba del suelo…no se ubicaba. Veía a paisanos correr, a sus vecinos del
Rabal, que junto con él se habían atrincherado en una pequeña casa cercana al
Puente de Piedra. –Debió ser una granada
o un cañonazo…- pensaba mientras recomponía sus ideas, y se libraba de
escombros y del susto.
Buscó con ahínco su fusil, y lo
encontró junto con el cuerpo de Carmelo Soteras, su vecino y amigo de correrías
de juventud. Una fea grieta le abría la
sien, y dejaba una espantosa imagen de la cabeza del vecino abierta como un
melón. –Pobrecico- Pensó mientras cogía el fusil.
Con presteza se volvió hacia el
lugar que antes había sido su parapeto, ya no existía, era un punto de luz en
la tapia de aquella casa. –Mejor,
escombros…mejor.- Se dijo a sí mismo, mientras se tumbaba y cargaba el
fusil.
La luz que entraba por aquella tronera
improvisada por un cañonazo era como un rayo de fuego que cegaba, pero Jesús
semicerrando los ojos, pudo observar lo que había fuera de la casa. Ni más ni menos que una compañía de fusileros
franceses, que enarbolaban la bandera francesa, como si fuera la única enseña
que tuviera derecho a ondear en los arrabales de Zaragoza.
Pero no entraba en los planes de
aquel puñado de zaragozanos, permitir que los franceses se acercasen si quiera
a los primeros arcos del puente de Piedra, y permitirles que pudieran tomar la
zona norte de la ciudad. Así que
resueltos cada cual a lo suyo, escopeta o fusil en mano, cuchillo o daga, se
lanzaron a frenar a esa poderosa infantería que había asolado Europa.
Jesús no dudo, vio brillar algo,
y se dijo, “o gollete o casco, o estampa
hereje, así que fuego Jesús…” Y fuego hizo, y ya no se volvió a saber más
de aquel resplandor. Le había dado en el
cuello a un feroz capitán francés que lucía en el cuello una procelosa insignia
dorada, en reconocimiento a su valor y destreza en alguna de las batallas en
las que había participado, pero que en los arrabales de Zaragoza, sólo no le supuso
gloria alguna, sino que lo mando al cielo de los herejes.
Un nuevo cañonazo atronó en la
estancia, y un sector del tejado se les vino encima a los zaragozanos. Fue suficiente para sepultar a cuatro
valientes, y dejar sin protección uno de los flancos de aquella improvisada
posición.
Marcial, otro vecino del Rabal,
que acaba de entrar por una de las grietas de la casa, por la que había salido
a acuchillar alguno de los caídos, porque tenía claro que hombre herido, era
hombre que repetía…no dudo en ir a despachar cuchillo en mano a todo francés
que o bien lloraba o imploraba ayuda.- Total,
ellos no nos van a dar cuartel, mejor evitar enfrentarse dos veces con el mismo…-
Pensaba. Y esa manera de proceder
enfadaba y enfurecía a los franceses, pero también los condenaba a una maniobra
más guiada por el corazón que por la razón, y con ello, se volvían más
vulnerables. Y con ello, los zaragozanos
se iban cobrando cara su más que asumida derrota.
-Jesús…hay que salir al corral, a la tapia…que están con unas escaleras
intentando entrar…han empujado la pared, pero ha resistido, así que los he
visto con unas escaleras…, si entran al corral estamos perdidos.- Dijo
Marcial.
Jesús que había vuelto a disparar
sobre otro francés, que yacía en el suelo retorciéndose por el dolor del
proyectil en sus entrañas, dudó entre seguir en su posición ahora ventajosa y
más desapercibida de tiro, o salir al cuerpo a cuerpo en el corral de la
casa. Pero allí pintaban bastos, si los
franceses saltaban al corral, entrarían por la casa, y en unos minutos asunto
resuelto. Y ellos no se iban a
sacrificar dando facilidades, así que echó mano de una pistola la cual comprobó
que estuviera cargada y preparada, asió un hacha de mano, y un cuchillo que
dejo colocado en su faja, en la espalda.
Salieron al corral 5 hombres,
allí vieron a otros tantos subidos en cajas y otros medios improvisados, a tiro
limpio con lo que podía suponerse una buena horda de franceses enfadados.
-Rediós Marcial, con tu manía de degollar a los gabachos caídos, nos los
estás enfadando…- Dijo Pedro, uno de los baturros que puesto en ristre con
tres escopetas de caza, repartía plomo entre las filas de aquellas líneas de
asalto francesas.
Jesús y los otros cuatro
compañeros, se dispusieron cercanos a las tapias, y prestos a cortar cualquier
conato de entrada de los franceses al corral.
Pronto asomó una escalera, dos, y hasta tres, y pronto vieron los gorros
de los franceses asomar por el alto de la tapia. Sin mediar temor alguno, y como la tapia no
era muy alta, Marcial ya ducho en el arte de rebanar golletes, se lanzó hacia
la tapia, y de un soberbio ímpetu, le clavó en plena garganta su cuchillo a un
francés. El cual ya listo, y en mitad de la escala ahí quedó. Marcial pudo arrebatar de sus manos, un fusil
que estaba municionado, y sin pensarlo de nuevo, se asomó por encima de la
tapia, apoyándose en unos ladrillos de adobe amontonados, y vio a unos 20
franceses…
-¿A quién tiras Marcial?- Se dijo a sí mismo, así que busco una
pieza que cobrar, y vio sin entender de galones y de ejércitos a un francés que
arengaba espada en mano al resto, que los empujaba a avanzar.
–Ése es jefe seguro…, a por él- Y dicho y
hecho, encaró el fusil y le disparó. –“Buen tiro...”-, le dio en toda la cara,
y se fue para el suelo. Aquel Sargento
Mayor de los franceses, ya no volvió a dar más órdenes.
Dos o tres franceses fueron a
socorrerlo, y en ese instante, un par de escopeteros baturros, decidieron que
ante tan blancos sublimes, no había mucho que dudar, y de dos certeros
disparos, mandaron a otros dos franceses, al infierno donde quiera que
estuviera el infierno de los franceses.
Jesús pistola en mano, se dirigió
hacia otra de las escaleras, y en cuanto vio aparecer un rostro bigotudo y
agresivo, disfrazado de soldado, le descerrajó un tiro a distancia de cigarro
en toda la cabeza. El francés cayó
violentamente hacia atrás, llevándose consigo al segundo francés que estaba
subiendo por la escalera. Sin mediar, y
aún a riesgo de su integridad, Jesús salió por encima de la tapia, y hacha en
mano, dio un severo mandoble en la cabeza a otro francés que intentaba subir
por la misma. Como bien pudo, sujetó la
escalera y la introdujo dentro del corral.
Los otros baturros se midieron de
igual forma con otros tantos franceses y otras tantas escalas. Algunos de los fusiles de los franceses
cayeron dentro del corral, cosa que los zaragozanos aprovecharon, para con sus
propias armas, devolverles las balas que pensaban usar con ellos.
Tras unos minutos de ímpetu y
asalto, los franceses habían perdido la considerable cantidad de quince
soldados y un sargento mayor. Y la
actitud de los hombres del Rabal, de dar pasaporte a todo francés que caía a
mano, sin respetar a heridos o moribundos, los enfadaba y enfadaba, y los
lanzaba a la locura de la venganza. Y
obviamente, ese desenfreno lo pagaban como lo pagan los tontos, con el gaznate
abierto al sol, o con algún escopetazo entre pecho y cabeza.
De pronto alguien dio el aviso, -¡¡¡Que vuelven…!!!,- y de pronto,
fueron más, porque esta vez no quisieron jugar los franceses, y se lanzaron a
un asalto formal. Ya no eran un par de
escuadras mal organizadas, ahora era toda una compañía que se venía encima por
la parte de atrás de la casa.
No daba tiempo a cargar y
disparar, así que sabiéndose resueltos, lo tuvieron claro,- Marcial, descerrajamos todas las escopetas y
pistolas, y luego a cuchillo que no queda otra- Dijo Jesús.
Marcial que quiso oír, cansado ya
de tanto juego del gato y el ratón, tocaba dar la cara, así que procedieron con
cautela, y se marcaron un tiempo.
-Primero las escopetas, como no vamos a poder pararlos porque ya son
muchos, Ricardo escopeta que se descargue, escopeta que va a la casa. Y nos quedamos con las pistolas... Nos pegamos a la tapia, y en cuanto veamos la
cabeza del francés, a quemarropa.
Pistola al cinto, y esperar que asomen con el cuchillo en mano…. Mientras podamos acuchillar sin exponernos,
quietos en la tapia, tirando de cuchillo para arriba…. Ojo si escalan que nos cogerán como a conejos,
si nos quedamos quietos… En cuanto la cosa pinte fea, y ya no podamos
contenerlos con los cuchillos, corriendo a la casa… allí los de dentro con
Ricardo y Samuel, que estarán recargando los fusiles y escopetas, en cuanto
vayan entrando por la tapia, tiro al canto….Nos metemos dentro, y que la Virgen
del Pilar nos proteja, nos lleve, o nos deje…- Dijo Jesús impartiendo las
últimas instrucciones a sus compañeros.
Así que resueltos a defenderse
como leones, se dispusieron para la defensa.
La tapia del corral era un ángulo recto, dos paredes, de unos dos metros
de alto. Allí había diez baturros, cada
uno con un par de escopetas o fusiles y una par de pistolas en la faja. Marcial y Jesús se miraron, mientras algunos
de los escopeteros seguían abriendo fuego sobre los franceses que se iban
acercando.
-Por suerte no tiran con cañones…- Dijo uno de los baturros. Y era verdad, dada la proximidad de las
tropas de asalto, y por miedo a que las tropas sufrieran algunas bajas más de
las deseadas por los cañones propios, decidieron confiar en la supremacía, en
el número de asaltantes….
-¡¡¡A la de dos..todos arriba, y disparamos la primera descarga!!!-
Gritó Jesús. Y así lo hicieron, a la
primera mano, diez fusiles atronaron, y diez franceses se fueron al suelo,
porque estaban a distancia de tocarse con la mano. Rápidamente cambiaron de fusil o de escopeta,
y no menos rápido Ricardo recogió todas las escopetas y fusiles, en una veloz
carrera por los muros, y los llevó al interior de la casa, donde otros
compañeros, con gran presteza y sin abandonar sus sectores de tiro, se
dedicaron a recargarlos.
-¡¡¡Arribaaaaaa!!!...- Volvió a ordenar Jesús, y de nuevo, todos
los escopeteros del Rabal, se asomaron de improviso, y sin mucha necesidad de
apuntar, volvieron a descargar sus fusiles sobre las líneas francesas. El efecto de la descarga fue similar, otra
decena de franceses al suelo.
A pesar de la abrumadora
presencia de toda aquella compañía de fusileros franceses, esas veinte bajas a
bocajarro que habían fulminado las primeras líneas del asalto, provocaron duda,
y sobre todo temor. Aun les faltaban
unos cuantos metros al descubierto, y aquella carrera hacia esos muros se hacía
interminable.
El efecto provocó cautela, y ya
la carrera se convirtió en paso
sostenido. Los franceses no sabían que
los zaragozanos no disponían de más descargas de fusil, ni tampoco tenían más
intenciones de exponerse desde el alto de aquellas tristes tapias de corral.
Al ver que la tercera descarga
tan temida no se producía, los primeros franceses con su atalaje y sus
escaleras llegaron a la tapia, y con rapidez bien entrenada, se dispusieron a
asaltar ese maldito corral.
Los baturros oyeron el golpe seco
de las escaleras golpeando las paredes de las tapias, y acto seguido comenzaron
a oír una turba en griterío. Los
escopeteros del Rabal templaron los nervios, tocaba pistola. Prácticamente pegados a la pared, agachados y
mirando y apuntando hacia arriba, esperaron a que fueran apareciendo los
primeros franceses. Y aparecieron…las
primeras cabezas que asomaron por la tapia, directamente se llevaron a
bocajarro un pistoletazo en todos los bigotes.
Ese sonido de disparo a
quemarropa, sin que los franceses dijeran Jesús…, y esos cuerpos que caían
inertes, volvieron a cuestionar los ánimos de los asaltantes. De pronto, cuando los baturros se estaban
preparando para tirar de las segundas pistolas, apareció de la casa Ricardo con
unas cuantas bombas de mano, que sin saber la procedencia, causaron una sonrisa
maliciosa entre los escopeteros.
No tuvieron muchas dudas, ni
tampoco hizo falta mucha puntería, encendieron la mecha, y esperando el tiempo
suficiente para que la bomba de mano explosionase en pocos segundos, lanzaron
las bombas por encima de las tapias, y se reunieron en el centro del corral, en
una línea perfecta apuntando sus pistolas hacia la tapia. Si las bombas explosionaban cerca de la
tapia, seguramente alguna de ellas se derrumbase, y para no caer aplastados por
las mismas, o heridos por los cascotes, la mejor solución era una posición
intermedia.
Y se sucedieron hasta ocho
explosiones, y decenas de miembros y prendas saltaron por los aires. Los baturros lo vieron por encima de las
tapias, que resistieron a las explosiones…los franceses no. Aquellas milagrosas bombas de mano,
desarbolaron las líneas de asalto de los franceses.
Marcial resuelto a terminar la
lid, se lanzó hacia la tapia cercana, con dos intenciones, una ver el trabajo
de las bombas de mano, y dos, descerrajar la pistola en la cabeza de algún francés
atrevido. Cuando se incorporó en la
tapia lo que pudo ver fue un campo de batalla lleno de cuerpos tirados en el
suelo, algunos en leve movimiento, y sobre todo sangre y dolor.
Se giró hacia sus compañeros, y
les gritó -¡¡Están todos bien jodidos…vamos
a por ellos!!!..- Jesús dudó, exponerse no era buena idea…
-¡¡¡Vamos maños!!!...que ha caído hasta la bandera….que está aquí al
lado de la tapia…- Gritó otra vez Marcial.
-Vuelve aquí…¡¡¡Vuelve aquí Marcial!!!...que esto no ha acabado…que te
van a dar…-Le replicó Ricardo.
Marcial se debatía entre saltar
al otro lado, y arreglar las cuentas a los franceses moribundos y heridos, o
quedarse al abrigo de esas tapias que tan buen cobijo y resultado les habían
ofrecido. Al final, sonriendo a sus
amigos saltó la tapia, y en un instante, los escopeteros vieron como volaba y
aterrizaba una bandera francesa con todos sus pertrechos y cintas en el centro
del corral, a los pies de la línea de baturros.
Y comenzaron a oír juramentos y gritos, sin duda Marcial estaba dando la
extremaunción a los desgraciados aquellos.
Nadie se movió, tuvieron tiempo de distribuirse unos cuantos fusiles a
los pies, y volvieron a guardar las pistolas en la faja, pero no se movieron.
Se oyó un disparo, y se oyó un “Jesús”…, un tiro lejano dio de lleno a
Marcial, que cayó abatido entre los franceses.
Y de nuevo un griterío, y de nuevo escaleras. Y entre el humo de los fusiles y escopetas de
aquel corral, 9 escopeteros del Rabal vendieron cara su piel. La casa cayó, y los franceses ese día se acercaron
unos metros a la entrada del puente de Piedra.
Pero el precio que pagaron por haber mandado al cielo a los 15 baturros
fueron más de 100 muertos.
Cuando el oficial que mandaba la
tropa francesa, pudo constatar que la casa había sido ocupada y despejada, y
tomó consciencia del esfuerzo empleado, y viendo tantos muertos, sólo pudo
tener un frío pensamiento que le recorrió el espinazo…”una casa 100 muertos…¿Cuántas casas tendría Zaragoza?....”
Muy bueno... se tizna la cara de la pólvora negra... muy vivido... una vida previa? antes de tu reencarnación? ;-)
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